Está genial que los Servicios de Seguridad del Estado velen por la correcta interpretación de las normas viales, que para eso están, para respetarlas y cumplirlas, pero lo que ocurrió en el pasado Rally Isla de Gran Canaria es complicado poder entenderlo y como algo normal.
Durante la jornada del pasado sábado, 20 de mayo, hasta ocho fueron los controles que se le realizaron a muchos de los diferentes deportistas que competían en la cita del Campeonato Provincial de Las Palmas.
Varios pilotos han denunciado que fueron parados en hasta en cinco ocasiones y que un mismo policía les realizaba idéntico control una y otra vez buscando el más mínimo error para poder denunciar.
Es cierto, como antecedente, que existe constancia que en el pasado Rally Islas Canarias un piloto fue denunciado por conducción temeraria, al menos que sepamos, algo que aplaudimos porque los tramos de carretera abierta no están para eso, sino los cronometrados, pero de eso a perseguir a todo un colectivo parece poco gratificante y suena más a persecución y caza de brujas que a un trabajo correctamente realizado.
Que un agente pare y revise un mismo coche tres, cuatro y hasta cinco veces no es precisamente razonable. No tiene explicación ni justificación. Sólo se puede entender desde el prisma de querer molestar, cabrear y aburrir a unos deportistas que, a pesar de no ser sancionados por ninguna irregularidad, tuvieron que sufrir una persecución nunca antes recordada.
Alguien de la Federación Canaria y de Las Palmas de Automovilismo debería tomar el toro por los cuernos y preguntar a los más altos cargos de La Guardia Civil a qué se debe esta acción que muchos pilotos consideraron desmedida en la búsqueda de lo que fuera para sancionarlos.
Han logrado, en parte, lo que buscaban, que es aburrir a muchos equipos que se sintieron indefensos, perseguidos y señalados a pesar de no haber cometido infracción alguna. ¡Una pena!